La Eurocopa está a la vuelta de la esquina y muchos de los grandes jugadores europeos buscarán coronarse en Wembley el próximo 11 de julio. Varios son los debates que alimentan las tertulias futbolísticas en estas semanas: ¿qué jugadores deberían haber sido convocados? ¿quiénes serán las grandes sorpresas del torneo? … pero, por encima del resto, durante el verano los equipos buscarán hacerse con los servicios de los delanteros más determinantes de cara a gol. Para este propósito a menudo nos fijamos en las cifras de goles anotados durante la última o últimas temporadas, el rendimiento en diferentes competiciones, durante partidos decisivos, etc. Sin dejar de lado estos datos, y comprendiendo que existen otras muchas variables a tener en cuenta -como el estilo de juego del equipo, las interacciones con determinados jugadores o la capacidad de adaptación a diferentes contextos-, en este post analizaremos la eficiencia de algunos de los mejores delanteros de Europa relacionando los goles esperados y los goles anotados. Los goles esperados o expectativa de gol (de aquí en adelante, xG) hace referencia a la probabilidad de que un tiro se convierta en gol, asignando a cada lanzamiento un valor entre 0 (imposibilidad de marcar gol) y 1 (100% de seguridad de que acabe en la red). La puntuación proviene de un minucioso análisis de cada disparo, relacionando variables como la distancia a la portería, el ángulo de tiro, la posición de los rivales y el portero, el tipo de remate (pierna dominante o no dominante, remate de cabeza, otra superficie…), la posición y procedencia del balón (elevado, a ras de suelo, a mucha o a poca velocidad, pase adelantado o hacia atrás…) o la situación de juego (penalti, córner, balón en juego…), entre otras. Sumando las puntuaciones derivadas de cada una de las ocasiones de un jugador durante un partido obtendremos el número de goles esperados para ese futbolista en el choque. Si te interesa profundizar aquí te dejo el enlace a otro post anterior: https://alexromerosportsscience.weebly.com/blog/se-puede-medir-el-jugar-bien-analisis-del-rendimiento-colectivo-e-individual-en-las-5-grandes-ligas-europeas-a-traves-de-los-xgoals). A continuación, analizaremos la diferencia entre los goles esperados y anotados en algunos de los mejores delanteros europeos en los últimos tres años y exclusivamente en ligas domésticas (no se obtuvieron datos de competiciones europeas o copas nacionales). Para ello, se seleccionaron aquellos jugadores de las cinco grandes ligas europeas (Inglaterra, España, Alemania, Italia y Francia) que cumplieran con los siguientes criterios: i) haber anotado más de 15 goles en alguna de las tres últimas temporadas y ii) promediar al menos 10 goles por temporada durante los últimos 3 años (o durante la carrera profesional, en jugadores con menos de 3 años en la élite). En la tabla aparecen los xG y goles anotados en cada una de las temporadas, así como un sumatorio total de ambas variables, un indicador de eficiencia y un promedio de los goles por temporada en este intervalo de tiempo. Como puede observarse, Lewandowski es el jugador con mejor promedio de goles por temporada, seguido de Messi y Cristiano Ronaldo. Sin embargo, el indicador de eficiencia (goles anotados/ xG) reporta que jugadores como Luis Muriel (Atalanta), Simy (delantero nigeriano de 29 años del Crotone) o Iago Aspas son los que más rédito sacan de las ocasiones de gol de las que disponen. Con el fin de acotar un poco más los criterios de selección, la siguiente tabla sólo presenta a los jugadores con un promedio superior a los 20 goles por temporada en los últimos 3 años. Siendo los indicadores de eficiencia muy elevados en todos los casos, entre este selecto grupo Messi y Haaland aparecen como los jugadores que mejor aprovechan sus ocasiones. Varias preguntas se nos plantean tras observar estos datos: ¿conseguirían Simy, Muriel o Aspas mantener sus indicadores de eficiencia si dispusiesen del número de ocasiones que disfrutan los delanteros de los equipos top? ¿Podrían disputar la Bota de Oro a los Lewandowski, Cristiano o Messi? Por otro lado, ¿se puede valorar a los delanteros únicamente en función de la eficiencia? Jugadores como Dzeko o Werner presentan valores bastante mejorables en este indicador y sin embargo son piezas clave en sus equipos, aportando otro tipo de recursos y dominando principios del juego más allá de la capacidad de definir de cara a portería.
Como casi siempre, la complejidad de un deporte como el fútbol requiere de un análisis más amplio, integrando variables relacionadas con el contexto. En este post simplemente se presenta el indicador de eficiencia como herramienta que puede ayudarnos en diferentes procesos. Fuente: https://understat.com/ *Todos los valores han sido redondeados al número entero más próximo para agilizar el análisis y la lectura. ¿Qué es jugar bien al fútbol? ¿Tener la posesión de balón en mayor proporción que el rival? ¿Intentar realizar inicios de meta combinativos? ¿Priorizar el pase corto sobre el pase largo? En los últimos años, los éxitos cosechados por equipos y entrenadores con la etiqueta de practicar un “fútbol asociativo” han reunido una importante cantidad de seguidores. Esta notable aceptación popular hace que, en determinados foros, sólo este estilo de juego parezca estar relacionado con el hecho de “jugar bien”. Comprendiendo el fútbol como un espectáculo de ocio deportivo, es razonable pensar que los aficionados asocien este “jugar bien” con divertirse al ver un partido de su equipo. Sin embargo, ¿podríamos afirmar a ciencia cierta que las personas no podemos disfrutar observando modelos de juegos diferentes? ¿acaso no nos pueden resultar atractivos los repliegues en bloque bajo y las salidas a la contra? Desde mi punto de vista, la controversia es, sencillamente, inabarcable. El adjetivo “bien” lleva implícita una carga subjetiva tan elevada que imposibilita “tumbar” al adversario dialéctico con argumentos irrefutables. Y algo similar me ocurre cuando escucho que tal equipo mereció claramente ganar o que tal otro fue indudablemente mejor, ¿qué aspectos analizamos para afirmar con tanta rotundidad la superioridad en un partido de fútbol? Lejos de intentar zanjar estos debates, que alimentan (valga la redundancia) tantas y tantas sobremesas, en este post busco aportar una visión muy personal sobre una estadística relativamente novedosa que, en mi opinión, nos da información relevante sobre lo que ha ocurrido en el terreno de juego durante los 90 minutos: los goles esperados o expectativa de gol (de aquí en adelante, xG). Esta estadística se refiere a la probabilidad de que un tiro se convierta en gol, asignando a cada lanzamiento un valor entre 0 (imposibilidad de marcar gol) y 1 (100% de seguridad de que acabe en la red). La puntuación proviene de un minucioso análisis de cada disparo, relacionando variables como la distancia a la portería, el ángulo de tiro, la posición de los rivales y el portero, el tipo de remate (pierna dominante o no dominante, remate de cabeza, otra superficie…), la posición y procedencia del balón (elevado, a ras de suelo, a mucha o a poca velocidad, pase adelantado o hacia atrás…) o la situación de juego (penalti, córner, balón en juego…), entre otras. Para comprender todos estos cálculos de una forma gráfica y sencilla os recomiendo ver el siguiente vídeo: https://www.bundesliga.com/es/bundesliga/noticias/analisis-tactico-expectativas-de-gol-11640 Si sumamos las puntuaciones derivadas de cada uno de los tiros de un equipo durante un partido obtendremos el número de goles esperados para ese conjunto en el choque. Paralelamente, comparando los xG de ambos equipos podríamos acercarnos a entender lo que ha ocurrido en ese encuentro, al menos en lo que concierne a las ocasiones de gol. De esta forma, al final de un partido se pueden asignar también los puntos esperados o expectativa de puntos (xPTS), en función de si el valor de xG es superior, inferior o similar al del adversario. Así mismo, extendiendo este análisis al conjunto de la temporada, podríamos también obtener una clasificación basándonos en los xPTS acumulados por los diferentes contendientes de la competición durante el transcurso de la misma. Una vez que manejamos estas variables, podemos comparar los goles y puntos esperados con los obtenidos realmente y, analizando estas diferencias, se podría determinar si un equipo ha rendido mejor o peor de lo esperado, lo que está en gran medida relacionado con su grado de efectividad de cara a portería y con su capacidad para evitar goles en el marco propio. Volviendo a nuestro debate inicial, y comprendiendo que el objetivo final del fútbol es conseguir más goles que el rival, crear más y/o mejores ocasiones de gol que el contrario nos aproxima a esta meta, pudiendo acercarse a su vez a mi ideal de “jugar bien”. Por este motivo los xG, que nos notifican la cantidad y calidad de los tiros a portería, nos aportan, en mi opinión, uno de los pocos datos que nos informan sobre el rendimiento del equipo, más allá de la posesión o el estilo de juego. Partiendo de los xG, en las siguientes líneas analizaremos lo acontecido en las 5 grandes ligas europeas, comparando los resultados esperados con los obtenidos, y poniendo la lupa en algunas situaciones, equipos y jugadores de forma más específica. Comenzando con la Bundesliga alemana, podemos observar cómo únicamente 4 equipos no variarían su posición si contabilizásemos los xPTS en lugar de los puntos obtenidos. Estos equipos son el Bayern Munich, que hubiese sido también campeón, y los tres últimos clasificados: los descendidos Fortuna Dusseldorf y Paderborn, y el Werder Bremen, que finalmente salvó la categoría empatando los dos partidos de la promoción contra el Heidenheim. Tampoco encontramos cambios en los equipos clasificados para Champions League, aunque sí en las posiciones que hubiesen ocupado. El RB Leipzig, que consiguió 3 puntos menos de los esperados, sería el 2º, el Borussia Mönchengladbach sería 3º y el Dortmund hubiese sido 4º de no ser por su gran efectividad de cara a portería (consiguió 20 goles más de los esperados). Donde sí existen alteraciones notables es en las posiciones de Europa League. El Eintracht Frankfurt hubiese acompañado a Leverkusen y Wolfsburg de haber sumado los 53 puntos esperados, en vez de los 45 que figuran en la tabla oficial. El perjudicado sería el Hoffenheim, que rindió por encima de lo esperado obteniendo 6 puntos más de los que pronosticaba la estadística. Mención especial merece el Freiburg, que se quedó a las puertas de Europa con un muy meritorio 8º puesto, obteniendo 2 goles más de los esperados, encajando 16 menos de los pronosticados y sumando, como consecuencia, 48 puntos en lugar de los 39 que marcaba su expectativa de puntos. La siguiente competición que analizaremos es la Liga Santander, en la que no hubiesen existido cambios en las posiciones de los 6 primeros clasificados. Real Madrid y Barcelona sumaron 9 puntos más de los esperados mediante recursos diferentes. Mientras que el campeón encajó 8 goles menos de los que marcaba el xGC, los azulgrana consiguieron 14 goles más de los esperados. La séptima posición, que da acceso a la Europa League, hubiese sido para el Getafe de no ser por el gran rendimiento del Granda, que anotó 7 goles más de los esperados, valiéndoles para sumar los 3 puntos que le catapultan a zona europea. La zona de descenso sí sufriría cambios importantes. Leganés y Espanyol estarían salvados de no ser por los 13 y 17 puntos de diferencia entre la expectativa y la realidad. Ambos equipos registran menos goles a favor y más goles encajados de los esperados. Su puesto lo hubiesen ocupado Alavés y Valladolid. El equipo pucelano hizo valer su -11 en el diferencial de goles encajados para situarse seis puestos por encima del esperado. Athletic Club y Levante también registraron menos goles encajados de los que marcaba la expectativa, mejorando notablemente su posición en la tabla respecto a la esperada, pese a situarse en la zona media. La Premier League inglesa nos deja resultados muy interesantes. Para empezar el Manchester City hubiese reemplazado al Liverpool como primer clasificado. Los red devils sumaron la friolera de 25 puntos más de los esperados, gracias en gran medida a su gran rendimiento ofensivo (+10 DIF G) y defensivo (-7 DIF GC). El City, incluso sin haber conseguido los 87 puntos esperados, hubiese sido holgadamente campeón inglés de no haber sido por la espectacular efectividad de los del condado de Merseyside. Las posiciones que dan acceso a Champions no se verían afectadas pero sí las de Europa League, donde el Wolverhampton reemplazaría a un Tottenham que consiguió 12 goles más y encajó 7 menos de los esperados, obteniendo 10 puntos más de los 49 que estadísticamente hubiese sumado. En la zona de descenso tanto el Bornemouth como, especialmente, el Watford, han rendido muy por debajo de lo esperado, facilitando la salvación del Aston Villa y el Newcastle, equipo que sacó mucho rédito de su buen hacer defensivo, aupándose a la plaza número 13 cuando debería haber ocupado la última posición, con 12 puntos menos de los 44 que refleja la clasificación. En la zona templada de la tabla destaca el Sheffield United, que encajó 13 goles menos de los esperados. Este hecho le valió para sumar 5 puntos más y subir dos puestos respecto a lo que dictaminaba la estadística avanzada. En la liga italiana el campeón hubiese sido el Atalanta, seguido del Inter y, en tercera posición, encontraríamos a la Juve, que fue quien finalmente se alzó con el Scudetto consiguiendo 12 puntos más de los esperados. La Lazio no hubiese entrado en competiciones europeas de no haber sido por sus registros asombrosos tanto a nivel ofensivo (+11) como a nivel defensivo (-10), que lo catapultaron 16 puntos por encima de lo previsto. Su puesto lo hubiese ocupado la Roma. Milán y Nápoles entrarían en Europa League. Sassuolo, Parma y Cagliari mejoran ostensiblemente las posiciones esperadas gracias a su buen rendimiento ofensivo, por encima de lo esperado. Por su parte, Lecce, Brescia y SPAL también descenderían a la Serie B según la estadística. Por último, en Francia, cuya liga fue suspendida en la jornada 28, los cambios que se hubiesen producido son los más destacados de las cinco grandes ligas europeas. El PSG hubiese sido campeón y el Tolouse el farolillo rojo. Prácticamente todo lo demás se hubiese visto modificado. El Lille le hubiese quitado la 2ª posición al Marsella, que sumó 14 puntos más de los esperados. El Lyon, que finalizó el 7º, ocuparía la 3ª plaza jugando previa de Champions de no haber sido por los 6 puntos que se dejó respecto a los esperados, unidos al buen hacer de los seis equipos que le preceden, todos ellos con balance positivo de puntos. El Mónaco, por su parte, hubiese jugado Europa League la temporada que viene. Por último, el Metz, que consiguió 5 puntos más de los esperados, acompañaría al Toulouse a la Ligue 2 en lugar del Amiens, que pagó muy caros los 12 goles encajados por encima de lo esperado, costándole 10 puntos en la tabla. Aunque el fútbol es un deporte de equipo, quizá estaremos de acuerdo en que, en determinadas situaciones, las individualidades marcan las diferencias. En el apartado ofensivo a menudo valoramos la temporada de los delanteros por el número de goles que han anotado. No obstante, algunos de ellos necesitan más ocasiones que otros para llegar a cifras similares. Los xG son una herramienta imprescindible para analizar el grado de efectividad de cara a portería de los jugadores de ataque. En la siguiente tabla aparecen todos los jugadores que consiguieron al menos 20 goles en sus respectivas ligas durante la temporada 2019-20. También he añadido a varios futbolistas que, pese a no haber alcanzado la veintena de goles, merecían a mi juicio ser citados por su rendimiento (por encima o por debajo del esperado). En las últimas dos columnas de la derecha se pueden observar los xG de acuerdo al número y claridad de las ocasiones que tuvieron y la diferencia entre este dato y las veces que celebraron el gol. Jugadores como Ciro Inmobile, Aubameyang, Jadon Sancho o Kevin De Bryne anotaron bastantes más goles de los esperados mientras que otros como Marcus Rashford, Gabriel Jesús, Morata o Neymar no estuvieron tan eficaces de cara a gol. Si diferenciamos a los delanteros en función de su efectividad de cara a portería podríamos realizar un análisis similar con los porteros. Los xGC nos informan sobre la cantidad de goles que, de acuerdo con la estadística y la probabilidad, se deberían encajar teniendo en cuenta la cantidad y calidad de tiros concedidos. A continuación aparecen los equipos con mejor y peor diferencial entre goles en contra esperados y goles en contra encajados, así como los porteros habitualmente titulares en dichos conjuntos. Nombres contrastados como Courtois, Leno o Unai Simón comparten cuadro de honor con arqueros más modestos como Schwolow, Aitor Fernández o Dubravka. En el lado opuesto de la clasificación encontramos porteros de talla mundial como Pickford, Trapp o Kepa que, sin embargo, no han cuajado una gran temporada. Si repasamos de nuevo las clasificaciones que hemos estado analizando unas líneas más arriba encontramos una correlación importante entre las actuaciones individuales de porteros y delanteros y el rendimiento de los equipos.
El gran rendimiento ofensivo del Borussia Dortmund se puede explicar en gran medida gracias a la efectividad de Jadon Sancho y Erling Haaland, que consiguieron anotar 6 y 4 goles más de los esperados, respectivamente. Qué decir de Lionel Messi que, en una temporada “normalita” termina con +4 en el diferencial, ayudando a que el FC Barcelona acabase la temporada con +14 en este apartado. El rendimiento de Liverpool y Tottenham, en ambos casos mejorando la xPOS, se entienden mejor viendo los números de Mané o Kane, +3 y +5 en el diferencial goles anotados-goles esperados. A otro nivel ha estado este año Ciro Inmobile, consiguiendo la Bota de Oro tras sumar 36 goles, 8 más de los esperados, acercando así a su Lazio al sueño de Champions. El contrapunto lo ponen jugadores como Morata, Rashford, Tamy Abraham, Gabriel Jesús o Neymar, que no consiguieron convertir sus ocasiones de gol conforme a lo esperado. En relación con este dato, sus equipos tampoco mejoraron los registros de xG. En el apartado de los guardametas, el Freiburg, que terminó la temporada 5 posiciones por encima de lo proyectado por los números, se estará frotando las manos con el rendimiento de Alexander Schwolow, que encajó 16 goles menos de los esperados. Algo similar podemos decir de Unai Simón, Aitor Fernández y Jordi Masip. Todos ellos encajaron mucho menos de lo esperado y sus equipos mejoraron la expectativa tanto en puntos como en posición final. De forma parecida, el Sheffield Utd agradeció el gran año de Dean Henderson, algo que no ha pasado desapercibido para grandes como el Manchester United o el Chelsea, que ya se han interesado en sus servicios de cara a la 2020-21. Del mismo modo, Martin Dubravka terminó concediendo 9 goles menos de los esperados para ayudar a aupar a su equipo al puesto 13, algo nada desdeñable teniendo en cuenta que la estadística descendía al Newcastle a la Championship inglesa. En la parte baja de la tabla todos los equipos con un diferencial negativo entre xGC y goles encajados ocuparon posiciones inferiores a las esperadas en sus respectivas competiciones domésticas. Entre éstos destacan el Chelsea de Kepa, que encajó 13 goles más de los esperados y tuvo que esperar para confirmar su plaza de Champions hasta la última jornada, el Werder Bremen de Pavlenka, que se salvó del descenso en la promoción, el Eintracht de Kevin Trapp, que se quedó fuera de Europa tras encajar 9 goles más de los esperados o el Amiens de Gurtner, que rindió 5 posiciones por debajo de las perspectivas estadísticas y finalmente descendió a la Ligue 2. Cada vez más equipos se fijan en este tipo de estadísticas tanto a la hora de evaluar el rendimiento colectivo e individual como durante el proceso de cribado cuando se acerca el mercado de fichajes. A modo de conclusión, sin pretender dejar de lado los aspectos cualitativos ni los debates basados en sensaciones, considero que las herramientas que tenemos a nuestra disposición a día de hoy nos permiten ir un paso más allá en nuestros análisis y nos ofrecen datos más objetivos sobre los que fundamentar y apoyar nuestras decisiones. Fuente: https://understat.com/ *Todos los valores han sido redondeados al número entero más próximo para agilizar el análisis y la lectura. La cuantificación de la carga interna de entrenamiento es un tema que ha suscitado mucho interés en las últimas décadas, ya que, para optimizar el rendimiento físico y deportivo, el diseño de los ejercicios que se lleven a cabo durante la semana debería adaptarse a las características individuales de cada atleta (Alexiou & Coutts, 2008). De esta forma se podrían evitar efectos indeseados derivados del entrenamiento, como la ausencia de adaptaciones por una carga de entrenamiento demasiado baja (Campbell et al., 2017) o, en el otro extremo, la finalización prematura de la sesión (Campbell et al., 2017), el sobreentrenamiento (Meeusen et al., 2013) o las lesiones (Gabbett & Jenkins, 2011). Por todo ello, la monitorización del estrés fisiológico soportado por los deportistas resulta fundamental para evaluar el efecto del entrenamiento y las posibles adaptaciones que de éste se deriven (Foster et al., 2001). Para la evaluación de la carga interna es necesaria la cuantificación tanto del volumen como de la intensidad del estímulo estresante al que se somete el jugador. Mientras que la primera variable es sencilla de medir (volumen=tiempo), la valoración de la intensidad puede ser más complicada (Impellizzeri et al., 2005). La RPE es un método simple y barato para monitorizar la intensidad del ejercicio (Little & Williams, 2007). Basada en la propuesta inicial de Borg (1982) con valores de 6 a 20, Foster et al. (2001) realizaron una adaptación de la escala original que finalmente tomó valores de 0 a 10. De acuerdo con Borg (1982), la RPE permite integrar información sobre el estado de los músculos y articulaciones que han participado durante el ejercicio, la función cardiovascular y respiratoria y el sistema nervioso central, convirtiéndose para el autor en el mejor indicador del grado de esfuerzo físico. La RPE ha sido utilizada habitualmente tanto en la práctica como en investigación para cuantificar la intensidad y carga en tareas y sesiones de entrenamiento (Campos-Vázquez et al., 2015), alcanzando relaciones significativas con otros métodos de cuantificación de la carga interna del ejercicio como la frecuencia cardiaca (Impellizzeri et al., 2004) o la concentración de lactato sanguíneo (Coutts et al., 2009). Todo ello hace de la RPE una herramienta barata, no invasiva, de fácil aplicación y válida (Buchheit et al., 2013) para cuantificar la carga interna en futbolistas de diferentes categorías y niveles competitivos (Akubat et al., 2012; Fanchini et al., 2016; Jeong et al., 2011; Romero-Caballero & Campos-Vázquez, 2020). En las últimas dos décadas, se ha consensuado que la metodología de entrenamiento más efectiva para la preparación de los deportistas para la competición es aquella que más se parece a las condiciones en las que ésta se va a desarrollar (Gamble, 2004). Debido al limitado tiempo disponible para prepararse para los partidos de competición, la integración de contenido técnico, táctico y condicional dentro de las sesiones de entrenamiento ha ganado popularidad en los últimos años (Romero-Caballero & Campos-Vázquez, 2020). En la actualidad, la planificación a corto plazo basada en el microciclo semanal parece ser el método de planificación más utilizado en el fútbol (Romero-Caballero, Álvarez-Salvador, Collado-Lázaro & Varela-Olalla, 2020). Dentro de esta estructura se enmarcan metodologías como el microciclo estructurado (Martín-García et al., 2018) o la periodización táctica (Delgado-Bordonau & Méndez-Villanueva, 2012). Aunque se hayan desarrollado fundamentalmente en el mundo profesional, su aplicación en categorías formativas y en el fútbol amateur ha ganado protagonismo durante los últimos años. Con el objetivo de comprender el contexto en el que se llevó a cabo la propuesta, a continuación se presentarán las principales características que la rodean. El equipo en cuestión competía en categoría Preferente Femenina durante la temporada analizada (2018-19). El microciclo semanal se compuso de 3 días de entrenamiento (lunes, miércoles y viernes) y un partido de competición (generalmente sábado por la tarde o domingo por la mañana). Los contenidos característicos de cada una de las tres sesiones de entrenamiento pueden observarse en la tabla 1. De forma general y desde una perspectiva eminentemente condicional, podríamos destacar que el lunes es un día orientado a los espacios reducidos, con áreas relativas individuales que fomentan la acumulación de aceleraciones, deceleraciones y cambios de dirección. El miércoles las tareas se suelen desarrollar en espacios amplios, teniendo una mayor continuidad y duración. En el viernes, por último, se manifiestan recuperaciones completas, pensando en el siguiente partido. Tanto lunes como viernes pueden variar en función de su distancia al partido anterior o posterior, así como dependiendo del estado de recuperación de las jugadoras. La cuantificación de las cargas durante las sesiones se implementaba a través del método sesión-RPE (Impellizzeri et al., 2004), mediante el cual se multiplica el valor de la escala de esfuerzo percibido (RPE-10) expresado por las futbolistas por el volumen total del entrenamiento. El producto resultante se denominará de aquí en adelante unidades arbitrarias (UA). Como se puede observar en la Figura 1, la temporada se desarrolló desde mediados de agosto hasta la primera semana de junio, contando con un total de 42 semanas. Las primeras 4, de pretemporada, y las 38 restantes corresponden al periodo competitivo, salvando los parones de Navidad y Semana Santa. Durante la pretemporada la estrategia de gestión de cargas se enfocó en alcanzar de forma progresiva una carga semanal cercana a la que tendría lugar durante los microciclos competitivos. Desde nuestro punto de vista, no tiene sentido someter a las jugadoras a un incremento de carga súbito durante las primeras semanas del curso, tras un parón de 8-10 semanas de vacaciones. Una vez que comenzaron los partidos oficiales, la carga se estabilizó alrededor de las 2250 UA (desviación típica = 174,25 UA). El intervalo de confianza al 95% nos informa de que las UA a menudo se distribuían entre 2187 y 2312. Los valores medios de RPE y UA para las jugadoras de campo en los diferentes días de la semana están representados en la Tabla 2. El miércoles, por su situación dentro del microciclo (MD +/- 3/4), es el día con valores más elevados tanto en la RPE como en UA, resultando significativamente mayor que lunes y viernes, en los que los valores de carga interna estudiados son similares. La duración de las sesiones dibuja una tendencia hacia un mayor volumen en el día central de la semana mientras que desciende al inicio y, sobre todo, al final de la misma, aunque estas diferencias no resultan estadísticamente significativas. En relación a la carga interna en partidos oficiales, podemos observar cómo las jugadoras titulares que completaron los 90 minutos son aquellas que arrojan los valores de RPE más elevados, mientras que las titulares sustituidas entre los minutos 50-80 y, especialmente, las jugadoras suplentes que disputaron entre 5 y 40 minutos, reflejan valores significativamente más bajos. Estos datos no deben tomarse como umbrales óptimos de carga ni valores de referencia. Únicamente pretendo resumir de forma práctica una propuesta metodológica sencilla para la cuantificación de cargas en un contexto y unas circunstancias particulares, realizando un pequeño análisis sobre algunos de los datos resultantes. Para más información sobre el modelo de trabajo, podéis acceder a través de este enlace: https://alexromerosportsscience.weebly.com/modelo-de-trabajo.html REFERENCIAS:
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Antes de entrar en materia, considero oportuno realizar una breve reflexión sobre la importancia de estas pruebas en el deporte que nos ocupa. En primer lugar, de acuerdo con Pombo (2020), es necesario comprender que el fútbol es eminentemente perceptivo y decisional. No es un deporte en el que el más rápido, el más fuerte o el más resistente sea necesariamente el que gane, como sí ocurre en otras disciplinas deportivas. El mejor futbolista podría ser aquel que mejor se adapte a las circunstancias del contexto y sea capaz de ejecutar la respuesta más adecuada para cada situación de partido. Por este motivo, el papel de la preparación física ha estado, en la mayoría de las ocasiones, en un segundo plano, dejando mayor protagonismo a los apartados técnico-tácticos, relacionados con la capacidad de desarrollar satisfactoriamente un determinado rol dentro del campo (Delgado-Bordonau, & Mendez-Villanueva, 2012). Pese a que existe algún estudio que ha encontrado relaciones significativas entre el rendimiento medio del equipo en un test de salto vertical y la posición final en la liga islandesa (Arnasson et al., 2004), la condición física no parece ser una variable discriminante en el nivel de rendimiento de futbolistas profesionales de élite (Bradley et al., 2013) e, incluso en algunos parámetros como el VO2máx, ni siquiera encontramos diferencias entre futbolistas profesionales y amateur (Wells et al., 2012). Sin embargo, existen estudios que han ilustrado relaciones significativas entre los resultados en test físicos y parámetros de rendimiento físico durante partidos como la distancia total recorrida o la distancia a alta intensidad (Bradley et al., 2013; Rampinini et al., 2007). Además, parece que estas asociaciones se intensifican en las posiciones de ataque, siendo los delanteros y mediapuntas los jugadores en los que las relaciones son más fuertes (Buchheit et al., 2010). Aunque estos datos puedan despertar cierto interés a nivel científico, su utilidad práctica a la hora de mejorar la preparación de los deportistas para la competición resulta discutible para Mendez-Villanueva & Buchheit (2013). Estos autores argumentan que la utilización de test de condición física se reduce en muchas ocasiones al simple hecho de corroborar quién es el jugador más rápido o el más resistente, y que esto es algo que, en la mayoría de los casos, confirma una evidencia por todos conocida y no aporta ningún valor añadido al entrenamiento deportivo. Estando absolutamente de acuerdo con los argumentos aportados en este artículo, considero que la evaluación de la condición física, mediante la realización de algunos test físicos en particular, puede ser de gran utilidad para la comprensión del perfil de rendimiento de los jugadores, para la individualización de su entrenamiento y por ende para la optimización del rendimiento físico de futbolistas en diferentes niveles competitivos. En las siguientes líneas intentaré desarrollar esta convicción en base a la literatura científica disponible. Como ya se ha comentado anteriormente, el papel de la condición física, de acuerdo con Pombo (2020) y otros autores, debe ser secundario en el fútbol por su lógica interna, de una naturaleza predominantemente técnico-táctica. No obstante, varios estudios ilustran que una de las estrategias más efectivas a la hora de reducir la incidencia lesional parece ser el mantenimiento y desarrollo de una buena condición física, especialmente los niveles de fuerza en extremidades inferiores (Arnason et al., 2004). También se han reportado reducciones de la incidencia lesional en jugadores que mejoraron la aptitud aeróbica (Eliakim et al., 2018) la fuerza y la velocidad (Askling et al., 2003) durante la pretemporada. A su vez, existe evidencia alrededor del hecho de que una menor incidencia lesional a lo largo de una temporada pueda estar relacionada con el éxito deportivo al final de la misma (Arnason et al., 2004; Eirale et al., 2013), incluso en algunos de los mejores clubes de Europa (Hagglund et al., 2013), con potencial suficiente como para subsanar las posibles lesiones con nuevas contrataciones o gracias a una mayor profundidad y calidad del resto de la plantilla. De esta forma, parece que el mantenimiento y desarrollo de un buen nivel de condición física tiene un impacto indirecto en el rendimiento deportivo, permitiendo una mayor disponibilidad y durabilidad de los jugadores a medio-largo plazo. Este aspecto también ha sido destacado por Pombo (2020), entre otros, como una de las funciones más importantes del preparador físico en la actualidad. Tras demostrar la importancia de la condición física para el rendimiento en fútbol, es momento de comentar algunas de las pruebas a mi juicio más interesantes, así como las variaciones de los resultados en distintos momentos de la temporada. De acuerdo con varios autores, los test de campo diseñados específicamente para el fútbol parecen ser mucho más sensibles a la hora de diferenciar a futbolistas según su nivel competitivo que los test de laboratorio (Wells et al., 2012), sustentando el principio de especificidad que debería subyacer a cualquier valoración que se pretenda llevar a cabo en el ámbito deportivo. De esta forma, los test que evalúan los principales factores de rendimiento físico en el fútbol descritos por la literatura científica -como son la capacidad para repetir sprints (RSA) y acciones de alta intensidad, la velocidad en distancias inferiores a los 30 metros, la habilidad para acelerar y decelerar, la fuerza de salto o la capacidad para realizar cambios de dirección (para profundizar: https://alexromerosportsscience.weebly.com/blog/category/1-anaacutelisis-del-contexto )-, serían los más indicados. Además de esta condición que parece indispensable, para que la valoración de la condición física no se reduzca a demostrar qué deportista alcanza mejores valores en los test, deberíamos reflexionar sobre la utilidad que van a tener dichos datos para la evaluación del proceso de entrenamiento. De este modo, la repetición de las pruebas de valoración al menos en dos momentos diferentes de la temporada parece razonable a la hora de comprobar si la programación está teniendo los efectos deseados, especialmente en categorías de formación y fútbol amateur. En este sentido, debemos ser cautos a la hora de sacar conclusiones ya que, de acuerdo con varios estudios, la condición física varía según el momento del año en el que se evalúe. En particular, Meckel et al. (2018) reportaron cómo la aptitud aeróbica mejoró durante la pretemporada, conclusión a la que también llegaron Castagna et al. (2005), mientras que el RSA y el tiempo en un sprint de 30m empeoraron durante el mismo periodo. Durante la temporada, los tres indicadores se mantuvieron estables con respecto al final de la pretemporada. Por su parte, Caldwell & Peters (2009) observaron un importante descenso del rendimiento en todas las variables medidas (CMJ, aptitud aeróbica, velocidad y agilidad) entre el final de una temporada y el comienzo de la siguiente, que asociaron al desentrenamiento provocado por el periodo de descanso. Por otro lado, Clark et al., (2008) publicaron mejoras significativas en el umbral anaeróbico durante 3 temporadas consecutivas, mientras que no encontraron diferencias en el consumo máximo de oxígeno en ese mismo intervalo de tiempo. De estos resultados se puede extraer que, mientras que la aptitud aeróbica tiende a mantenerse o mejorar a medida que avanza la temporada, las variables más anaeróbicas como el salto o el sprint suelen empeorar. Estos datos, probablemente fruto en gran parte de la gran densidad competitiva y la fatiga acumulada, deben hacernos reflexionar sobre nuestra intervención como preparadores físicos y entrenadores. Por el lujo de incorporar otra variable en la reflexión, el inestable contexto del fútbol profesional – y cada vez con mayor asiduidad también en el ámbito semi-profesional-, dificulta la posibilidad de predecir si un cuerpo técnico continuará en el cargo para cuando la valoración post esté programada. Además, el hecho de que en el ámbito profesional el margen de mejora en el nivel de condición física es, en la mayoría de los casos, pequeño, podría incrementar nuestras dudas sobre la necesidad de una evaluación periódica de la condición física. Ante esta realidad, uno de los argumentos más potentes para inclinar la balanza hacia la implementación de test físicos puede ser el hecho de que el correcto diseño, selección y análisis de los resultados derivados de algunas pruebas de condición física nos puede permitir extraer datos interesantes para la prescripción de entrenamientos más individualizados, así como ayudarnos a la personalización del análisis del rendimiento. Algunos ejemplos de test y métodos que nos podrían aportar información relevante para estos propósitos serían los siguientes: 30-15 IFT: Consiste en realizar series sucesivas de 30 segundos de carrera con descansos entre ellas de 15 segundos, sobre una superficie de 40 metros. La velocidad inicial se establece en 8 km/h y se incrementa en 0,5 km/h tras cada serie o etapa. Los resultados de este test pueden ayudarnos a individualizar la intensidad de las sesiones de entrenamiento interválico (Buchheit, 2008). Test de Velocidad en 30-40 metros: Partiendo de los test tradicionales de velocidad, estas distancias nos permiten establecer la velocidad máxima de los deportistas, dato interesante a la hora de individualizar los umbrales de velocidad para analizar la carga externa acumulada (Sánchez et al., 2017). Perfil Fuerza-Velocidad: Se trata del estudio de las relaciones fuerza-velocidad y potencia-velocidad que caracterizan las capacidades mecánicas del sistema neuromuscular valorado (Morin & Samozino, 2016). La relación F-V ilustra cómo el aumento de la velocidad de contracción influye en la disminución de la fuerza producida por el sistema neuromuscular (Cross et al., 2017). El entrenamiento basado en los perfiles mecánicos derivados de la relación F-V ha demostrado ser efectivo a la hora de optimizar la capacidad de producir energía y, por ende, de mejorar el rendimiento. Estos programas de entrenamiento deberían estar orientados a aumentar la potencia máxima y reducir las diferencias entre la pendiente de la relación F-V resultante y los valores óptimos (Morin & Samozino, 2016). Se han publicado, entre otros, estudios que nos muestran cómo realizar y analizar perfiles F-V en press de banca (Rahmani et al., 2018) y miembros inferiores tanto en el plano vertical como en el horizontal (Jiménez-Reyes et al., 2018), a partir de variables y mediciones sencillas. En futuras entradas podremos desarrollar este interesante método con mayor profundidad. En resumen, el éxito en el fútbol depende de varios factores, muchos de ellos más relacionados con la esfera perceptivo-decisional. Sin embargo, el mantenimiento y mejora de la condición física emerge como una variable trascendental a la hora de reducir el riesgo de lesión, a su vez asociado a un mejor rendimiento a medio-largo plazo. De esta forma, la implementación de test físicos que nos aporten información relevante para mejorar la prescripción de entrenamiento y comprender con mayor profundidad el perfil de rendimiento de nuestros jugadores, parece una buena decisión. Por último, debemos realizar una profunda reflexión sobre nuestras intervenciones como profesionales de las ciencias del deporte para intentar evitar o reducir los descensos en el rendimiento en las capacidades más anaeróbicas, que suelen producirse a medida que avanza la temporada. REFERENCIAS: Arnason, A., Sigurdsson, S. B., Gudmundsson, A., Holme, I., Engebretsen, L., & Bahr, R. (2004). Physical fitness, injuries, and team performance in soccer. Medicine & Science in Sports & Exercise, 36(2), 278-285. Askling, C., Karlsson, J., & Thorstensson, A. (2003). Hamstring injury occurrence in elite soccer players after preseason strength training with eccentric overload. Scandinavian Journal of Medicine & Science in Sports, 13(4), 244-250. Bradley, P. 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La monitorización de la carga de trabajo hace referencia exclusivamente a la medición de determinadas variables relacionadas con la carga externa, definida como el trabajo realizado por el jugador, o la carga interna, que se entiende como la respuesta fisiológica que el trabajo produce en el deportista. Por otro lado, la gestión de la carga de trabajo requiere de un análisis de los datos recogidos durante la monitorización y la implementación de estrategias para optimizar el proceso de entrenamiento de forma individualizada. A continuación, realizaré un breve repaso de los métodos de monitorización más utilizados y, posteriormente, desarrollaré algunas de las estrategias de gestión de la carga de entrenamiento más recurrentes y con mayor evidencia científica en relación a determinados objetivos. MÉTODOS DE MONITORIZACIÓN Dentro de las principales variables de cualquier ejercicio físico existen algunas más sencillas de controlar que otras. El volumen, entendido como el tiempo de trabajo, es sencillo de medir. Además, instrumentos como los acelerómetros, los sistemas de posicionamiento local (LPS) y, sobre todo, la progresiva democratización de los GPS, permiten extender cada vez más la disposición de una herramienta precisa para cuantificar variables relacionadas con la distancia recorrida. Estos mismos dispositivos también ofrecen métricas relacionadas con la velocidad o el número de estímulos realizados a diferentes intensidades, que nos informan sobre el perfil de actividad, combinando volumen e intensidad. Todo ello constituye una cantidad de información bastante notable sobre la carga externa, siendo necesario seleccionar, jerarquizar y analizar aquella que resulte más interesante y práctica. No obstante, el conocimiento de la carga externa no nos informa sobre las consecuencias del trabajo físico en nuestros atletas. Por ello, la monitorización del estrés fisiológico soportado por los deportistas resulta fundamental para evaluar el efecto del entrenamiento y las posibles adaptaciones que de éste se deriven (Foster et al., 2001). Algunas de las herramientas para la valoración de la carga interna son la frecuencia cardíaca, la percepción subjetiva de esfuerzo, así como otros parámetros más invasivos. La monitorización de la frecuencia cardiaca (FC) ha sido ampliamente utilizada durante entrenamientos y partidos no oficiales de fútbol (Dellal et al., 2012). Para su análisis, se suele expresar como % de la frecuencia cardiaca máxima (%FCmáx) o, por su mayor precisión, como % de la frecuencia cardiaca de reserva (%FCres). Además, en las últimas décadas, ha existido un creciente interés por la variabilidad de la frecuencia cardiaca como indicador del estatus de entrenamiento (Flatt et al., 2017), con especial énfasis en la esfera de la fatiga y la recuperación. No obstante, presenta limitaciones relacionadas con la influencia que pueden tener las condiciones ambientales, la condición física del deportista, las variaciones hormonales del jugador o la ingesta de medicamentos sobre los valores de FC registrados (Dellal et al., 2012). La RPE (escala de esfuerzo percibido) es un método simple y barato para monitorizar la intensidad del ejercicio (Little & Williams, 2007). Basada en la propuesta inicial de Borg (1982) con valores de 6 a 20, Foster et al. (2001) realizaron una adaptación de la escala original que finalmente tomó valores de 0 a 10. De acuerdo con Borg (1982), la RPE permite integrar información sobre el estado de los músculos y articulaciones que han participado durante el ejercicio, la función cardiovascular y respiratoria y el sistema nervioso central, convirtiéndose para el autor en el mejor indicador del grado de esfuerzo físico. La RPE ha sido utilizada habitualmente tanto en la práctica como en investigación para cuantificar la intensidad en tareas y sesiones de entrenamiento (Campos-Vázquez et al., 2015), alcanzando relaciones significativas con otros métodos de cuantificación de la carga interna del ejercicio como el TRIMP de Banister (Impellizzeri et al., 2004), el método Edwards (Impellizzeri et al., 2004), el TRIMP de Stagno (Campos-Vázquez et al., 2015), el % FCmáx o la concentración de lactato sanguíneo (Coutts et al., 2009). Todo ello hace de la RPE una herramienta barata, no invasiva, de fácil aplicación y válida (Buchheit et al., 2013) para cuantificar la intensidad de ejercicio durante diferentes tareas de entrenamiento con futbolistas profesionales (Alexiou & Coutts, 2008; Campos-Vázquez et al., 2015, Jeong et al., 2011), amateur en categoría sénior (Casamichana et al., 2013; Fanchini, Ferraresi, Modena, Schena, Coutts, & Impellizzeri, 2016), juveniles (Akubat, Patel, Barrett, & Abt, 2012; Impellizzeri et al., 2004) y fútbol base (Romero-Caballero y Campos-Vázquez, 2020). Existen otros métodos de valoración de la carga interna que, por su mayor invasividad, no se suelen utilizar de forma regular durante los entrenamientos o partidos de fútbol. Hablamos del control de parámetros como el lactato, el cortisol, la testosterona, el glucógeno sanguíneo o marcadores del sistema inmune como la inmunoglobulina A (IgA). Pese a contar con instrumentos de análisis cada vez más rápidos y portátiles, la necesidad de punción para la obtención de las muestras o la gran variabilidad en su interpretación en función del procedimiento de medición y análisis, limitan su utilización para la monitorización deportiva (Francavilla et al., 2018). Este estudio respalda la utilización de muestras de saliva para el control de hormonas esteroideas en futbolistas profesionales como alternativa menos invasiva. No obstante, la realidad de la mayoría de los clubes de fútbol alejados de la élite no permite la obtención e interpretación de variables de este tipo. Como cierre de este apartado creo oportuno reflejar (ver Tabla) las variables para el control de la carga más utilizadas por los equipos profesionales en la élite durante entrenamientos y partidos de competición, siguiendo a Akenhead & Nassis (2016). GESTIÓN DE LA CARGA
Una vez que hemos elegido los métodos de cuantificación de la carga que más se adecuen a cada circunstancia particular, la pregunta que nos asalta suele ser la siguiente: ¿qué hacer con los datos? En primer lugar, se deberían analizar las demandas de la competición con el objetivo de tener una referencia sobre los estímulos que van a experimentar los jugadores durante la misma. Lo ideal sería poder disponer de datos de nuestro propio equipo e, incluso, de equipos de la misma categoría. No obstante, como no siempre es posible, existen publicaciones que nos informan sobre el perfil de actividad y las exigencias de partidos de fútbol de distinto nivel (para más información, accede al post anterior centrado en este tema: https://bit.ly/33g6wJl). Una de las primeras conclusiones a las que llegaremos tras realizar este análisis inicial del contexto será la necesidad de abordar de forma individualizada la gestión de las cargas, por las diferencias en función de la demarcación, el sistema o el modelo de juego, entre otros aspectos. Parece bastante aceptado que respetar el principio de individualidad es clave para optimizar el rendimiento físico y deportivo de cada sujeto (Alexiou & Coutts, 2008). En este sentido, la individualización de las cargas es una de las estrategias más recurrentes a la hora de minimizar la incidencia lesional y optimizar el rendimiento en el fútbol actual (Akenhead & Nassis, 2016), pretendiendo limitar algunos de los efectos indeseados derivados del entrenamiento, como la ausencia de adaptaciones por una carga demasiado baja (Campbell, Bove, Ward, Vargas & Dolan, 2017) o, en el otro extremo, el sobreentrenamiento (Meeusen et al., 2013) y las lesiones (Gabbett & Jenkins, 2011). Esto se vuelve especialmente complicado en deportes colectivos como el fútbol, en los cuales la naturaleza intermitente de las tareas, así como la participación de varios jugadores al mismo tiempo durante las mismas, dificulta la individualización del trabajo, provocando una reducción de la probabilidad de que los jugadores realicen entrenamientos específicos basados en sus características individuales (Alexiou & Coutts, 2008). Además, debido al escaso tiempo del que se dispone para preparar los partidos de competición, se puede observar cada vez con más asiduidad la integración de contenidos técnicos, tácticos y condicionales dentro de las tareas de entrenamiento, lo que supone una dificultad añadida a la hora de individualizar la carga de entrenamiento (Campos-Vázquez, 2015). Ante esta situación, no podemos olvidar que la importancia de la gestión de cargas radica en los objetivos con los que se implementa, que deberían ser el punto de partida de cualquier intervención. Como ya hemos adelantado anteriormente, controlamos las cargas para a) intentar reducir la incidencia lesional y b) optimizar la condición física de nuestros jugadores. Y en mi opinión deberían jerarquizarse por ese orden, ya que la lesión supone, en la mayoría de los casos, la imposibilidad para expresar el máximo rendimiento. De esta forma, debemos comprender que la lesión que se produce sin contacto suele ocurrir cuando la carga de trabajo excede la habilidad del tejido para adaptarse a ella. Por este motivo, uno de los objetivos del entrenamiento podría ser exponer de forma progresiva al deportista a estímulos que le permitan desarrollar una elevada carga crónica, que parece asociarse con un menor índice de lesión (Gabbett, 2018) e, incluso, con un mayor rendimiento deportivo (Lazarus et al., 2017). La monitorización de variables de carga de trabajo como la distancia recorrida a muy alta intensidad o el análisis de los patrones de aceleración y deceleración pueden darnos información relevante sobre si nuestros deportistas han entrenado lo suficiente, se han quedado cortos o se han excedido. Una situación bastante común en la actualidad, con el creciente interés por los juegos en espacios reducidos, es la sub-exposición a estímulos de altas velocidades (Owen et al., 2014) y la sobre-exposición en cuanto a aceleraciones y deceleraciones (Hodgson et al., 2014). Este patrón de actividad, potencialmente perjudicial al no preparar al deportista para los escenarios de competición, podría ser compensado reduciendo el número de tareas en espacios muy reducidos e incluyendo otros contenidos de entrenamiento que permitan expresar velocidades máximas o cercanas a ellas. Este procedimiento podría extenderse a cualquiera de las variables que consideremos como importantes: conocimiento de las demandas competitivas, monitorización de las cargas de entrenamiento, análisis de los datos recogidos para las distintas variables, re-diseño de las tareas para optimizar su adecuación. Además de preparar a los deportistas para las demandas medias de la competición, es necesario hacerlo de igual forma para los escenarios más exigentes que se producen durante partidos de fútbol. Siguiendo a Gabbett et al., (2016) las demandas medias de un partido de fútbol en cuanto a carrera a alta intensidad se sitúan en los 10 m/min aproximadamente. Sin embargo, durante los pasajes más intensos del juego estos valores pueden doblarse hasta alcanzar los 20-25 m/min. Esto es algo que no podemos obviar para una adecuada gestión de las cargas de entrenamiento. Por último, si antes mencionábamos la individualización como uno de los principios clave en la gestión de las cargas, lo es igualmente el de progresión. Ni las cargas crónicas ni la condición física se consiguen optimizar de forma inmediata. La sobrecarga es necesaria para producir adaptación en los tejidos. Sin embargo, si los incrementos en la carga se realizan de forma demasiado abrupta pueden exceder la capacidad del tejido para soportarlos. Existen métodos como la ratio carga aguda : carga crónica (ACWR) que han demostrado ser efectivos y seguros para la sistematización de la progresión en las cargas de entrenamiento (Gabbett, 2016). El ACWR se basa en la relación entre la carga de entrenamiento en la semana que se pretende evaluar (carga aguda) y la media de la carga de trabajo en un intervalo (3-6 generalmente) de semanas precedentes (carga crónica). El cociente entre estos dos parámetros nos aporta información sobre el porcentaje de sobrecarga que se ha experimentado. Los valores inicialmente propuestos por Gabbett se encuentran entre el 0.8 y el 1.3, es decir, entre un 20% menos y un 30% más de carga. Además, los incrementos entre una semana y la siguiente que no supongan saltos demasiado grandes (5-10%) parecen ser los más seguros y efectivos (Gabbett, 2016). Más allá de la sensibilidad de esta metodología para predecir el riesgo de lesión, la cual se ha puesto en cuestión en gran medida por la naturaleza multifactorial de la lesión deportiva, parece claro que es una estrategia práctica para la gestión de la progresión en las cargas de trabajo. En resumen, es necesario comprender que monitorizar no es lo mismo que gestionar las cargas de trabajo. Una vez seleccionados los datos deseados y los métodos para su recogida, deberemos analizarlos en relación a las demandas de competición. Si de este análisis se derivan resultados indeseados habrá que reformular los contenidos de entrenamiento con el objetivo de preparar a los futbolistas tanto para las demandas medias como para los escenarios más exigentes. Esto deberá realizarse de acuerdo a criterios de sobrecarga progresiva, con el objetivo de reducir la incidencia lesional y optimizar el rendimiento físico. REFERENCIAS: Akenhead, R., & Nassis, G. P. (2016). Training load and player monitoring in high-level football: current practice and perceptions. International Journal of Sports Physiology and Performance, 11(5), 587-593. Akubat, I., Patel, E., Barrett, S., & Abt, G. (2012). Methods of monitoring the training and match load and their relationship to changes in fitness in professional youth soccer players. Journal of Sports Sciences, 30(14), 1473-1480. Alexiou, H., & Coutts, A. J. (2008). A comparison of methods used for quantifying internal training load in women soccer players. 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Si bien es cierto que el trabajo de fuerza con cargas o los ejercicios de velocidad, en sus diferentes versiones, aportan un estímulo muy necesario a nivel preventivo y optimizador (para profundizar pueden dirigirse a post anteriores: https://alexromerosportsscience.weebly.com/blog/category/2-la-fuerza-en-el-fuacutetbol y https://alexromerosportsscience.weebly.com/blog/category/3-lesiones-en-el-futbol), los principios técnico-tácticos, así como la resistencia específica del fútbol, necesitan, en mi modesta opinión, trabajarse de forma contextualizada. Con este propósito aparecen las tareas o juegos en espacios reducidos (SSG, del inglés small-sided games), que pretenden integrar el desarrollo de capacidades físicas, técnicas y tácticas (Dellal et al., 2011). Estos ejercicios, que se han convertido en uno de los métodos de entrenamiento más populares (Clemente et al., 2019), están habitualmente diseñados para un pequeño número de jugadores (Little, 2009), que se enfrentan, con o sin condicionantes añadidos (porterías, porteros, contactos restringidos por acción y jugador, tipo de marcaje, etc.), en un espacio menor al campo de juego oficial (Dellal et al., 2011). Durante estas tareas se pueden incorporar reglas de provocación con el objetivo de orientarlas hacia el trabajo específico de determinados principios del modelo de juego, así como con el fin de incidir en aspectos de carácter condicional o más ligados a la esfera de la preparación física. La literatura científica ha estudiado con bastante profundidad este área durante los últimos años. A continuación, resumiré las principales conclusiones. De acuerdo con Hill-Haas et al. (2011), parece que la intensidad de la tarea aumenta en consecuencia al incremento del tamaño del juego y a la reducción del número de jugadores que participan en éste. En relación a las dimensiones, en un estudio conducido por Rampinini et al. (2007) se incrementó la superficie de juego un 20% y un 40% en diferentes formatos de SSG (desde 3vs3 hasta 6vs6). Tanto el % de frecuencia cardíaca máxima como la concentración de lactato sanguíneo fueron superiores en los juegos amplios en comparación con aquellos con dimensiones medias y pequeñas. Del mismo modo, numerosos estudios ilustran cómo los SSG en los que participan un menor numero de jugadores provocan un incremento tanto en la percepción de esfuerzo (RPE) como en indicadores de carga interna clásicos tales como la frecuencia cardiaca o el lactato (Sampaio et al., 2007; Williams & Owen, 2007). Estas dos variables están directamente relacionadas con el área relativa individual (m2/jugador), que parece ser el factor que verdaderamente influencia la exigencia física de la tarea. Hasta ahora sólo hemos contemplado la idea de que en los juegos reducidos se enfrenten dos equipos en igualdad numérica (3vs3, 5vs5, etc.). No obstante, son numerosas las ocasiones en las que, por cuestiones metodológicas, los equipos pueden presentar superioridades o inferioridades. Una forma bastante habitual de introducir estos desequilibrios es la inclusión de comodines que participen en fase ofensiva con ambos equipos. Si estos jugadores utilizan el mismo espacio de juego que el resto (comodines interiores), algunos estudios han demostrado que el que desarrolla este rol recorre una distancia total significativamente superior a la de los jugadores regulares, mayor distancia a >18km/h y expresa unos valores más elevados en la RPE (Hill-Haas et al., 2010). Por el contrario, la exigencia de la tarea es menor para los jugadores que desarrollen labores de comodín exterior, es decir, fuera de los límites del campo de juego, generalmente en líneas de fondo o banda (Casamichana et al., 2018). Además, la incorporación de comodines interiores y exteriores parece reducir la exigencia de la tarea para todos los participantes (Sánchez-Sánchez et al., 2017). La influencia de la aparición de porterías defendidas por porteros ha sido también estudiada. De acuerdo con Hill-Haas et al. (2011) podemos encontrar estudios en los que la inclusión de porteros redujo el %FCmáx y otros en los que ocurrió lo contrario. Ante estas discrepancias, la clave puede dárnosla un estudio posterior de Hulka et al. (2016), en el cuál el formato con porteros producía una menor carga interna en el SSG con menores dimensiones (28x20 m), pero la incrementaba en los que se desarrollaban en espacios medianos (25x35 m) y, más aún, en los grandes (42x30 m). En relación al régimen de entrenamiento (continuo o interválico) algunos estudios han demostrado la superioridad de los SSG continuos si el objetivo es producir valores elevados de %FCmáx y RPE (Hill-Haas et al., 2009). Paradójicamente, la distancia recorrida a alta intensidad fue mayor en los SSG que incorporaban varias series de trabajo para dividir el mismo tiempo total (4x6’/1.5’ vs 24’). Con respecto a la duración de las tareas, parece que los SSG con 3 series de 4 minutos provocan una mayor carga interna que aquellos con series de menor (2’) o mayor (6’) duración (Fanchini et al., 2011). Otra de las variables estudiadas es la presencia y la participación del entrenador durante las tareas, que también puede incrementar notablemente la exigencia del ejercicio, especialmente el RPE (Hill-Haas et al., 2011). La influencia de los cambios de reglas en el perfil físico y técnico/táctico de los SSG también ha sido investigada. Una de las modificaciones del reglamento más frecuentes es el número de contactos de balón permitidos en cada acción individual. En este sentido, Dellal et al. (2011b) demostraron que cuando se juega sin limitación de toques se producen un mayor número de duelos individuales. Por el contrario, cuando se juega a 2 y, especialmente, a 1 toque, se producen más pérdidas de balón y se incrementan las acciones de alta intensidad. De igual forma, algunas de las modificaciones comentadas hasta ahora también tienen su efecto en las acciones técnicas que se producen durante los juegos. De acuerdo con Clemente et al. (2012), los SSG con menor número de jugadores (2vs2, 3vs3) incrementan el número de intervenciones de cada participante, el número de contacto por acción, el número de regates intentados y reducen la variabilidad en los tipos de ataque, en comparación con formatos con más jugadores por equipo (5vs5, 6vs6, etc.). Del mismo modo, los SSG desarrollados en dimensiones pequeñas permiten una mayor presión del equipo no poseedor, produciendo más duelos individuales y también menor acierto en el pase (más pérdidas y más recuperaciones). El objetivo del juego también influencia los comportamientos que se dan durante el mismo. De esta manera, y continuando con el análisis de Clemente et al. (2012), los SSG que tienen por objetivo mantener el balón el máximo tiempo posible producen un mayor número de contactos con el balón por jugador y un mayor número de pases en comparación con aquellos SSG con porteros y porterías, que provocan una mayor verticalidad. Así mismo, siguiendo a Clemente et al. (2014), formatos de 2vs2 y 3vs3 con una portería central defendida por porteros maximizan la participación individual y las acciones a alta intensidad. Por el contrario, la inclusión de miniporterías o zonas entre las que conducir para finalizar parece incrementar el numero de pases. Por último, la obligatoriedad de realizar marcaje individual parece incrementar la intensidad de la tarea y maximiza el número de acciones individuales realizadas (Sarmento et al., 2018). A pesar de la heterogeneidad en los formatos de juegos reducidos y la variabilidad en las reglas introducidas, la siguiente tabla pretende resumir algunas de las conclusiones que se pueden extraer de la literatura actual en relación al impacto físico y técnico/táctico de la modificación de determinadas variables durante SSG. Por resaltar algunas de las potencialidades de los SSG, en comparación con los circuitos clásicos enfocados hacia la mejora de la condición física, diversos estudios han demostrado que muchos de los juegos reducidos con grandes áreas relativas individuales pueden producir una intensidad de entrenamiento similar o incluso superior (Sassi et al., 2005). Además, los SSG permiten replicar demandas fisiológicas similares a las de la competición (80-90% FCmáx) (Stølen et al., 2005) en un contexto integrado y contextualizado a las demandas técnico-tácticas del fútbol, donde se incluyen muchos de los elementos presentes en los partidos de competición, como los pases, los regates, los goles o las tomas de decisión bajo presión y fatiga (Gabbett & Mulvey, 2008). También se ha demostrado la eficacia de estas tareas para la mejora de contenidos técnico-tácticos como la conducción o el pase (Verdú et al., 2017).
Hace algunas semanas escuché al maestro Seirul-lo comentar en una entrevista que el 80-85% de los contenidos de entrenamiento debería realizarse sobre espacios reducidos, ya que posteriormente el trabajo en espacios más amplios resultaría más sencillo para los jugadores. Más allá de que podamos estar más o menos de acuerdo con la potencial transferencia entre los juegos en espacios reducidos y el partido en dimensiones oficiales en cuanto a resolución de problemas técnico-tácticos, quizá la principal desventaja de los SSG sea el escaso estímulo a alta intensidad y sprint que nos aportan (Owen et al., 2014). Las limitaciones de espacio y la gran densidad de jugadores parecen ser los factores que provocan esta situación. Como ya desarrollamos en anteriores publicaciones, las acciones de sprint son las que preceden con mayor frecuencia a la consecución del gol (Faude et al., 2012). Además, el sprint es el mecanismo más frecuente de lesión en isquiosurales (Haugen et al., 2014), que a su vez es la lesión muscular más recurrente en el fútbol (Ekstrand et al., 2011). Toda esta información pone de manifiesto la necesidad de preparar a nuestros deportistas para poder expresar velocidades máximas durante los partidos con la mayor seguridad y oportunidad de éxito. Por este motivo es necesario cuantificar la carga externa de los jugadores, especialmente aquella relacionada con la frecuencia, volumen e intensidad de las acciones de máxima velocidad y, en el caso de que los entrenamientos no sean suficientes para exponerles a estos escenarios, recurrir a tareas, quizá más analíticas, que les permitan conseguirlo. A modo de resumen, podemos afirmar que los SSG nos aportan un estímulo de entrenamiento muy interesante. El conocimiento de las principales variables que afectan a las esferas física y técnico-táctica es fundamental para programar tareas específicas para los objetivos propuestos. Los SSG tienen muchas ventajas, no obstante, hay que tener cuidado para no sub-exponer a los jugadores a estímulos de muy alta intensidad, lo que podría influir en el riesgo de lesión y las posibilidades de éxito deportivo. REFERENCIAS Casamichana, D., Díaz, A. J. G., Morera, F. C., & García, A. M. (2018). Jugadores comodines durante diferentes juegos de posición [Wildcard Players during Positional Games]. Apunts. Educación física y deportes, 3(133), 85-97. Clemente, F., Couceiro, M. S., Martins, F. M., & Mendes, R. U. I. (2012). The usefulness of small-sided games on soccer training. Journal of Physical Education and Sport, 12(1), 93. Clemente, J. A. A., Suárez-Arrones, L., & Gil, S. S. (2019). Diferencias entre distintas orientaciones del espacio, relativizadas al perfil individual del jugador. 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The impact of player numbers on the physiological responses to small sided games. Journal of Sports Science and Medicine, 6(Suppl 10), 100. Parafraseando a Eirale & Ekstrand (2018), el objetivo final de cualquier miembro del cuerpo técnico de un equipo de competición -ya sea el entrenador, el preparador físico, el médico, etc.- es ganar. Uno de los caminos para ayudar a conseguir esta meta es reducir la incidencia lesional, cuya relación con los resultados a final de temporada ha sido científicamente demostrada (Eirale et al., 2013). Antes de diseñar y desarrollar cualquier programa de prevención de lesiones, es necesario realizar un análisis sobre la epidemiología y los factores de riesgo que las rodean. Son numerosos los estudios que han sido publicados con este propósito durante las últimas décadas, destacando aquellos que se llevan a cabo desde organismos continentales (UEFA) e internacionales (FIFA), y durante las principales competiciones (UEFA Champions League y Copa del Mundo de la FIFA). Gracias a estas y otras publicaciones conocemos que un equipo profesional de élite que participe en competiciones internacionales puede esperar alrededor de 50 lesiones por temporada, lo que supone aproximadamente 2 lesiones por jugador (Ekstrand et al., 2011b). Siguiendo esta misma publicación, el número de lesiones que se producen durante los partidos es 5 veces mayor a las que se dan en entrenamientos (25 vs 5/1000h, aproximadamente). Así mismo, en partidos, los datos publicados ilustran un aumento de la incidencia lesional en los minutos finales de cada parte. En cuanto a las lesiones más comunes en el fútbol, el 82% afectan a las extremidades inferiores, siendo el muslo la zona del cuerpo que registra un mayor número de ellas (Ekstrand et al., 2011b). Particularmente destacan las lesiones en isquiosurales, que representan un 37% del total de las lesiones musculares, seguidas por las patologías en aductores (23%) y cuádriceps (19%) (Ekstrand et al., 2011a). Este mismo estudio destaca que un 16% de las lesiones musculares son recidivas, causando ausencias significativamente mayores que en las primeras ocasiones. Además, las lesiones articulares más comunes se localizan en rodillas (20% del total), tobillos (14%) y pubis/cadera (12%) (Ekstrand et al., 2011b). En relación a los factores de riesgo más importantes, destaca por encima del resto la lesión previa (Hägglund et al., 2006). De esta forma, los jugadores que ya han sufrido una lesión en una zona concreta parecen tener entre 4 y 7 veces más posibilidades de volver a lesionarse en ese lugar que los jugadores sin lesión anterior (Arnasson et al., 2004). Entre el resto de los factores comúnmente analizados, únicamente la edad avanzada se relaciona con la mayoría de las lesiones estudiadas (Hägglund et al., 2013). No obstante, existen factores de riesgo específicos para algunas lesiones concretas. La escasa movilidad en abducción de cadera para lesiones de aductor (Arnasson et al., 2004), los desequilibrios musculares en extremidades inferiores para lesiones de isquios (Croisier et al., 2008), o un exceso de laxitud articular, un bajo ratio H:Q y encontrarse en la fase pre-ovulatoria del ciclo menstrual para lesiones de ligamento cruzado anterior (Alentorn-Geli et al., 2009) son algunos ejemplos. Además, Arnasson et al (2004) publicaron que los jugadores que se lesionaron durante su estudio prospectivo generaban una mayor potencia máxima, medida durante la fase propulsiva de un ejercicio de sentadilla, y presentaban una baja ratio entrenamientos realizados/minutos de competición disputados. Sin embargo, no encontraron relaciones estadísticamente significativas entre estas variables y el riesgo de lesión, únicamente tendenciales. Una vez desarrollado este breve resumen sobre la epidemiología y los factores de riesgo de lesión, podemos empezar a plantearnos cómo organizar nuestro programa preventivo. Para ello, considero necesario plantear la lesión y todo aquello que la rodea como un proceso multifactorial. Por este motivo, y para su diseño, comenzaremos desde la base. Siguiendo a Coles (2018), la prevención de lesiones puede estructurarse en forma de pirámide. En la base de ésta se encontraría la selección de los jugadores, que no comentaremos al ser un elemento no siempre modificable en muchos equipos. En el escalón inmediatamente superior aparece la gestión de las cargas. El deporte en general y el fútbol en particular ha evolucionado hacia calendarios cada vez más largos y congestionados en cuanto a competiciones (Soligard et al., 2016). Este contexto hace que, durante bastantes periodos del año, los clubes de élite, que participan en competiciones continentales e internacionales, jueguen partidos cada 3 días. Las investigaciones que han analizado la incidencia lesional durante estos periodos han encontrado resultados bastante interesantes. Existen estudios que muestran una mayor tasa de lesiones musculares (Bengtsson et al., 2013) y otros que únicamente comunicaron un incremento de las lesiones producidas en partidos, no así durante entrenamientos, además de una mayor severidad de dichas lesiones en comparación con los periodos de la temporada menos congestionados (Dellal et al., 2015).
Ante esta situación, la gestión de las cargas como moderador del posible impacto en la incidencia lesional ha suscitado bastante interés, hecho que se demuestra en el número de artículos bajo este “topic” publicados en los últimos años. Una de las metodologías con más seguidores es la que relaciona la carga aguda con la carga crónica (A:C), popularizada por Tim Gabbet (Malone et al., 2017). Dentro de este marco de estudio, las variables de carga externa que han sido destacadas por la literatura como potencialmente influyentes en el aumento del riesgo lesional son los incrementos súbitos en la distancia total recorrida, en el número y la intensidad de las aceleraciones y deceleraciones o una ratio A:C superior a 1.18 en la distancia a alta intensidad (Jaspers et al., 2018). De acuerdo con estos mismos autores, dentro de las variables de carga interna, la ratio A:C en el método sesión-RPE (en el que se multiplica el esfuerzo percibido por el volumen de trabajo) puede ser también un indicador con cierta sensibilidad como factor de riesgo en lesiones sin contacto. Volviendo al estudio de Coles (2018), si hemos realizado una buena selección de jugadores y se han gestionado las cargas de cada uno de ellos de forma adecuada, habremos generado una base estable para desarrollar su condición física, siguiente pieza de la pirámide. Este apartado, anteriormente tratado en este blog y que será en buena lógica objeto de estudio para futuras publicaciones, se presenta como fundamental en la prevención de lesiones. Siguiendo al mismo autor, el escalón inmediatamente superior estaría constituido por la eficiencia del movimiento. En mi humilde opinión, la eficiencia del movimiento es el resultado de un correcto programa de entrenamiento que busque mejorar la condición física del atleta. Ésta estará determinada por la calidad técnica y la capacidad de aplicar fuerza de forma eficiente, y por lo tanto considero que forma parte del desarrollo de la condición física, pero no debería erigirse como un bloque específico. Por último, en la cúspide de la pirámide encontraríamos los programas estructurados de prevención de lesiones. Existe una notable evidencia de que algunos de ellos pueden reducir las ausencias derivadas de lesión en un 30% aproximadamente (Silvers-Granelli et al., 2015). Centrándonos en las intervenciones con mayor evidencia científica en relación a la prevención de lesiones, destaca el entrenamiento de fuerza. Además de su influencia para la mejora del rendimiento, aspecto que fue desarrollado en anteriores entradas, ha demostrado ser la estrategia más efectiva para la prevención de lesiones en el deporte, por delante incluso de programas multicomponente (Lauersen et al., 2014). De acuerdo con McCall et al. (2016), el entrenamiento excéntrico, los ejercicios de equilibrio/ propiocepción y los programas centrados en mejorar la fuerza de la zona media (CORE) son las intervenciones más utilizadas por los clubes de élite. En esta línea, Owen et al. (2013) publicaron que un programa de prevención de lesiones que incluía ejercicios de fuerza, movilidad y equilibrio/propiocepción, realizado 2 veces a la semana, redujo significativamente la incidencia de lesiones musculares en futbolistas de élite. Por su parte, la realización de calentamientos estandarizados (FIFA 11+) centrados en ejercicios de fuerza, movilidad y equilibrio parece ser efectiva en la reducción de lesiones sin contacto en futbolistas amateur, mujeres, niños y árbitros (Bizzini & Dvorak, 2015). Con el objetivo de indagar un poco más en algunas de las estrategias que agrupan más evidencia científica, profundizaremos específicamente en los ejercicios excéntricos de fuerza, las intervenciones centradas en el CORE y los trabajos enfocados en el equilibrio/propiocepción ya que, además, parecen ser ampliamente utilizadas en contextos prácticos de élite (McCall et al., 2016). Comenzando por los ejercicios de CORE, tal y como destacábamos en la entrada anterior, la evidencia científica aboga por la utilización de ejercicios multiarticulares de fuerza con cargas para maximizar la activación electromiográfica de los músculos estabilizadores de la zona media de nuestro cuerpo (Martuscello et al., 2013), por delante incluso de ejercicios más analíticos realizados sobre superficies inestables. De esta forma, si bien los ejercicios tradicionales de CORE como las planchas pueden ser utilizados como calentamiento o en niveles iniciales, no deberían constituir el trabajo principal para mejorar la fuerza y/o capacidad de estabilización de la zona media del cuerpo. En relación a los ejercicios de equilibrio o propiocepción, son numerosas las intervenciones que incorporan superficies inestables para “progresar” en la dificultad de las tareas para la mejora del equilibrio, principalmente en miembros inferiores. Sin embargo, de acuerdo con Behm et al. (2015), no existe evidencia suficiente para afirmar que el ejercicio en superficies inestables mejore el equilibrio con respecto a los trabajos en superficies estables. A pesar de que la inestabilidad puede conducir a un mayor reto para el sistema nervioso central a la hora de ponderar las señales aferentes que recibe (Kiers et al., 2012), esto no se traduce necesariamente en una mejora de la capacidad propioceptiva. Es preciso destacar que uno de los principios fundamentales del control motor se basa en la especificidad de los estímulos que permiten desarrollar respuestas neuromusculares adaptadas a los contextos de aplicación. Por este motivo, en deportes que se desarrollan sobre superficies estables como el fútbol no se puede afirmar que los ejercicios enfocados en mejorar el equilibrio deban realizarse sobre superficies inestables. Por último, el entrenamiento excéntrico se ha mostrado muy efectivo en la reducción de la incidencia lesional, especialmente en isquiosurales, grupo muscular en el que se han centrado la mayoría de las intervenciones (Petersen et al., 2011). Otras regiones en las que el entrenamiento excéntrico tiene un importante protagonismo son la zona de los aductores (Harøy et al., 2017) y cuádriceps. Aunque existen diferentes formas de trabajar de forma excéntrica, los ejercicios más comúnmente utilizados en la práctica -incluso en la élite, además de en clubes semi-profesionales y amateur- son el “Nordic Hamstring” para la musculatura isquiosural (van der Horst et al., 2015), el “Copenhagen Adduction” en aductores y el “Reverse Nordic Hamstrings” para la parte anterior del muslo (Brughelli et al., 2010). Además de por su facilidad en la aplicación y la ausencia de coste económico, estos ejercicios han demostrado tener una gran capacidad para activar la musculatura deseada (Serner et al., 2014). Además de los programas preventivos que incluyen estos y otros ejercicios, la literatura científica subraya otras estrategias que pueden tener influencia sobre la prevención de lesiones. Entre éstas cabe destacar la dosificación de la fatiga, que se vehicula a través de la gestión de las cargas de entrenamientos/partidos, aspecto anteriormente comentado, y la mejora de la recuperación post-esfuerzos. Una revisión sistemática llevada a cabo por Nédelec et al. (2013) destaca la importancia de orientar las estrategias de recuperación a paliar la deshidratación, la depleción de glucógeno, el daño muscular y la fatiga mental que se producen tras un partido de fútbol. En este sentido, los autores recalcan el adecuado descanso nocturno como elemento central. Además, abogan por la ingesta de bebidas con alto contenido en sodio (61mmmol/L), la incorporación de la leche, por su gran potencial hidratante, así como alimentos con elevado índice glucémico y ricos en proteínas durante la hora posterior al encuentro. De la misma forma, resaltan la importancia de incluir de forma habitual en la dieta ácidos grasos omega-3. También aducen la superioridad de la inmersión en agua fría (9-15 °C, durante 5-15 minutos) como estrategia de recuperación post-esfuerzo, por delante del agua caliente o los contrastes, ya que parece tener efectos beneficiosos sobre el rendimiento físico, la reducción de biomarcadores de fatiga y la percepción de recuperación. Otras estrategias como la recuperación activa, el estiramiento, el masaje, la utilización de medias de compresión o la estimulación eléctrica aún necesitan ser desarrolladas con mayor profundidad para conseguir niveles de evidencia superiores. Por último, y en cuanto a la recuperación tras un periodo agudo de ejercicio intenso, un estudio reciente ilustra la superioridad de la inspiración nasal, añadida a una postura inclinada y con manos en rodillas (Michaelson et al., 2019). En comparación con la inspiración por la boca con manos en la cabeza, la postura propuesta parece incrementar el consumo de oxígeno y la expansión de la caja torácica, mejorando la recuperación a corto plazo. Además de todo lo comentado, tanto la cultura del club como las influencias psico-sociales de cada jugador en particular pueden tener un peso específico en el desarrollo del programa preventivo (Coles, 2018), y por lo tanto deben ser tenidas en cuenta durante todo el proceso. En resumen, la prevención de lesiones no se reduce a realizar 3 series de 8 ejercicios dos veces por semana. Es necesario llevar a cabo un minucioso análisis del contexto, epidemiología y factores de riesgo, para desarrollar un abordaje multifactorial que comprenda desde la selección de los jugadores (cuando sea posible), hasta la selección de ejercicios del programa preventivo, pasando por la gestión de las cargas, el adecuado desarrollo de la condición física y el estudio e implementación de las estrategias de recuperación más adecuadas, entre otros aspectos. REFERENCIAS: Alentorn-Geli, E., Myer, G. D., Silvers, H. J., Samitier, G., Romero, D., Lázaro-Haro, C., & Cugat, R. (2009). Prevention of non-contact anterior cruciate ligament injuries in soccer players. Part 1: Mechanisms of injury and underlying risk factors. Knee Surgery, Sports Traumatology, Arthroscopy, 17(7), 705-729. Behm, D. G., Muehlbauer, T., Kibele, A., & Granacher, U. (2015). 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En un contexto eminentemente aeróbico como un partido de fútbol, los eventos más determinantes dependen de la realización de acciones a alta intensidad -sprints, tiros a portería, duelos individuales o saltos- (Hoff & Helgerud, 2004). Estas acciones están directamente relacionadas con la fuerza.
Para determinar las demandas de esta capacidad física básica en el fútbol recurriremos inicialmente al análisis de las actividades y movimientos que se llevan a cabo durante los encuentros. De esta forma, lo primero que observamos en un partido es que 20 jugadores de campo y 2 porteros, divididos en dos equipos, juegan en un espacio común, con un único móvil (balón) por el que deben pugnar para conseguir gol. El reglamento, a su vez, permite cierto contacto (cargas legales que no impliquen agarrones, patadas o similar). Por lo tanto, podemos decir que la estructura y la lógica interna del deporte condicionan las acciones que se dan en él y, en el ámbito que nos ocupa, determinan las manifestaciones o expresiones de fuerza en el fútbol. Profundizando sobre éstas, y como ya pudimos leer en la entrada anterior, el sprint en línea recta es la acción que más se repite antes de la consecución del gol (Faude et al., 2012), seguida del salto vertical. Los cambios de dirección, por su parte, ocupan un lugar importante dentro del perfil de actividad (Chaouachi et al., 2012). Además, un jugador profesional realiza del orden de 50 jugadas en las que debe mantener el equilibrio y el control del balón ante la presión y el contacto de un rival (Hoff & Helgerud, 2004). No podemos olvidarnos del golpeo de balón, que engloba los pases cortos, largos y el tiro a portería, medio principal para conseguir gol, puesto que es la última acción que se produce antes de anotar. Sabemos que un jugador realiza una media de 50-70 golpeos de balón durante un partido, que pueden variar en forma y cantidad en función de la demarcación (Dellal et al., 2011). El número de tiros a portería es uno de los predictores de éxito más potentes tanto a corto -vencedor de un partido concreto- como a largo plazo -primeros 4 clasificados en liga- (Lago-Ballesteros & Lago-Peñas, 2010; Lago-Peñas et al., 2010). Se estima que son necesarios alrededor de 10 tiros para marcar (Pollard et al., 2004). En esta línea, la velocidad del balón es uno de los principales indicadores biomecánicos de éxito en el tiro a portería y es el resultado de varios factores, entre los que destacan principalmente la fuerza y la técnica (Lees & Nolan, 1998). Durante partidos de fútbol de élite, la velocidad de balón registrada en tiros a portería varía entre 115 y 126 km/h (Eklom, 1994). Partiendo de este análisis y siguiendo a Domínguez (2003), clasificaremos las manifestaciones de fuerza en el fútbol de la siguiente forma: fuerza de desplazamiento, fuerza de salto, fuerza de lucha (contacto) y fuerza de golpeo. Si las tuviéramos que jerarquizar por orden de importancia, la existencia de resultados contradictorios sobre si el nivel de rendimiento afecta a la velocidad del balón durante los tiros (Cometti et al., 2001) y la gran influencia del componente técnico en las distintas acciones de golpeo, hacen que, en mi modesta opinión, esta expresión de fuerza se sitúe un escalón por debajo de las tres restantes a la hora de programar contenidos de entrenamiento para optimizarla. A partir de esta distribución podemos diseñar nuestro programa de entrenamiento para la mejora de cada una de ellas. Con este objetivo, a continuación, citaré aquellos ejercicios que, más allá de su semejanza con la acción deportiva específica, han demostrado científicamente un impacto positivo en la expresión de fuerza pretendida. FUERZA DE DESPLAZAMIENTO En este apartado nos centraremos específicamente en los desplazamientos a alta intensidad y los cambios de dirección, por ser aquellos con mayor relevancia en relación al éxito deportivo. En esta línea, para correr rápido no sólo es necesario generar altos niveles de fuerza y aplicarla horizontalmente de forma efectiva (Morin et al., 2011), sino hacerlo en un contexto de máxima velocidad de contracción (Morin & Samozino, 2016). Para este propósito, la mejora de la fuerza en extensores de cadera (glúteos e isquios) mediante ejercicios básicos de fuerza como la sentadilla (Chelly et al. 2009) o el peso muerto (Young et al., 2001) se ha mostrado muy efectiva. Estos grupos musculares tienen una mayor presencia durante la biomecánica de la carrera cuanto mayor es la velocidad, puesto que en estos momentos la posición de los deportistas tiende a ser más vertical. De la misma forma, el sprint es un movimiento horizontal, y por lo tanto requiere de entrenamiento en este plano (Behrens & Simonson, 2011). Por este motivo, el hip thrust es uno de los ejercicios estrella para la mejora de los primeros pasos (fase de máxima aceleración) (Loturco et al., 2018). Estos estudios se encuentran en relación con lo publicado por Buchheit et al. (2015), que analizaron los determinantes mecánicos del sprint, concluyendo que el entrenamiento de máxima velocidad podía mejorar tanto la aceleración como la velocidad máxima, mientras que el rendimiento en sprints cortos podía verse favorecido mejorando la capacidad de producción horizontal de fuerza. Por otro lado, el entrenamiento pliométrico basado en saltos sin carga (entendiendo este concepto como peso extra añadido al deportista en forma de barra, pesas, lastres, etc.) ha demostrado ser efectivo para la mejora del sprint de 40 metros (Chelly et al. 2010), y la incorporación de cargas durante SJ mejoró el tiempo en distancias superiores (Loturco et al., 2018), poniendo de manifiesto su mayor potencial para la mejora de la fase de máxima velocidad. Por último, cabe destacar la importante labor que realizan los pies y tobillos para la correcta orientación y transmisión de las fuerzas hacia un vector eminentemente horizontal (Morin, 2018). Por ello, los ejercicios enfocados a mejorar la fuerza de dedos y pies son igualmente una estrategia a considerar (Otsuka et al., 2015). Además del necesario trabajo en gimnasio, no podemos obviar que la realización de sprints asistidos, resistidos y libres debe ser un elemento central en cualquier entrenamiento que ponga el foco en la mejora de la velocidad de carrera (Behrens & Simonson, 2011). En cuanto a la mejora del rendimiento en los cambios de dirección, las investigaciones más recientes parecen demostrar que los ejercicios bilaterales de miembros inferiores como la sentadilla son más efectivos que los trabajos unilaterales (step-up) para este propósito (Appleby et al., 2020). En palabras de los mismos autores, estos hallazgos ponen de manifiesto la importancia de comprender el estímulo fisiológico que produce la adaptación deseada y no seleccionar los ejercicios en función de la especificidad o similitud con el movimiento que pretende mejorarse. En conclusión, y de acuerdo con Sáez de Villarreal et al. (2012), se recomienda la combinación de ejercicios pliométricos, trabajos bilaterales de fuerza con cargas y sprints con y sin lastre para la optimización de los distintos desplazamientos que predominan en el fútbol. FUERZA DE SALTO: Existe una estrecha relación entre los niveles de fuerza extensora de miembros inferiores y el rendimiento en salto vertical (Comfort et al., 2014; Wisløff et al., 2004). De esta forma, no es de extrañar que el entrenamiento de fuerza enfocado especialmente en esta musculatura (media sentadilla) haya demostrado ser efectivo para la mejora de la capacidad de salto en futbolistas profesionales (Ronnestad et al., 2008). Este estudio no encontró mejoras extra añadiendo ejercicios pliométricos sin carga al entrenamiento de fuerza. En esta línea, Sáez de Villarreal et al. (2011) demostraron que, si el programa de entrenamiento se implementa de forma correcta, tanto las intervenciones de fuerza con cargas altas como los ejercicios de tipo CMJ y SJ con cargas, eran igualmente efectivos para la mejora del salto, independientemente de que incorporasen pliometrías sin carga o no. No obstante, sí podemos encontrar referencias, fuera del ámbito del fútbol, que presentan mejoras en la altura de salto tras realizar programas exclusivamente centrados en la pliometría, con mejores resultados si estas intervenciones tienen una duración superior a las 10 semanas (Stojanović et al., 2017). Si bien hay que tenerlas en cuenta y pueden resultar interesantes, las conclusiones derivadas de poblaciones alejadas del alto rendimiento deben ser tomadas con cautela a la hora de aplicar dichos programas de entrenamiento en contextos profesionales. FUERZA DE LUCHA (CONTACTO): Según los datos a los que hemos podido tener acceso, el número aproximado de entradas por equipo durante un partido es de 134. De ellas, el 47% resultan satisfactorias en términos de evitar el avance rival o recuperar la posesión sin cometer infracción (Luhtanen et al., 2001). Del mismo modo, se estima que cada jugador participa en 2.5-18.5 duelos aéreos por partido, pudiendo variar en función de la posición y la competición (Dellal et al., 2011; Rampinini et al., 2009). Muchas de estas acciones implican contactos como cargas con superficies reglamentarias. Los jugadores que más expuestos están a este tipo de situaciones son los mediocentros defensivos, los delanteros y los defensas centrales, y es por ello que generalmente pueden necesitar ser los jugadores más fuertes físicamente (Bangsbo et al., 2006; Bloomfield et al., 2007). Estas disputas suponen un reto físico para los jugadores en tanto que necesitan mantenerse estables para no perder la posesión del balón. Por este motivo algunos autores han destacado la importancia de la zona media de nuestro cuerpo para esta función estabilizadora (Kibler et al., 2006). Siguiendo a los mismos autores, esta región anatómica se presenta como un gran aliado a la hora de controlar el movimiento del tronco sobre la pelvis para permitir la producción, transferencia y control óptimos de fuerza y movimiento en los segmentos distales. Buscando incrementar esta capacidad estabilizadora, muchos preparadores físicos centran sus intervenciones en ejercicios isométricos como planchas y algunos de ellos recomiendan la incorporación de superficies inestables -bosus, fitballs o similares- para llevarlos a cabo (Prieske et al., 2016). Además de la dudosa transferencia de los trabajos en inestabilidad para el rendimiento deportivo en el fútbol (asunto que desarrollaremos con mayor profundidad en próximas publicaciones), los ejercicios de fuerza multiarticulares con peso libre (sentadilla, peso muerto) han demostrado producir una mayor activación electromiográfica (EMG) en los músculos estabilizadores del tronco que ejercicios tradicionales de CORE -sit-ups, planchas con y sin inestabilidad, etc.- (Martuscello et al., 2013). Este aumento comparativo se hace especialmente notable analizando la activación EMG de la musculatura erectora de la columna durante ejercicios con cargas iguales o superiores al 80% del 1RM (Hamlyn et al., 2007). FUERZA DE GOLPEO: Aunque parezca evidente que la acción de golpeo sea una de las más determinantes en el fútbol, la gran influencia del dominio técnico sobre esta habilidad hace que el incremento de la fuerza de golpeo no tenga que estar necesariamente ligada a una mejora del rendimiento, como ya hemos comentado anteriormente. En cualquier caso, lo que sí parece claro es que las debilidades musculares en una o varias de las estructuras que actúan durante estas acciones -como por ejemplo la musculatura aductora de la cadera- pueden incrementar el riesgo de lesión a medio-largo plazo (Whittaker et al., 2015), y la lesión es la forma más evidente de pérdida de rendimiento. Al tratarse de contenidos más relacionados con la prevención de lesiones, aun comprendiendo la obvia relación entre las áreas preventiva y optimizadora del rendimiento, profundizaremos en ellos durante próximos posts. En conclusión, es preciso incorporar los ejercicios de fuerza y velocidad “inespecíficos” (en tanto que no se realizan con balón y no pretenden trabajar principios técnico-tácticos del modelo de juego) más avalados por la literatura científica para la mejora de la fuerza en el fútbol. Deben ser un componente central de los programas de entrenamiento en este deporte, complementando a las tareas que impliquen acciones deportivas específicas como los ejercicios con oposición real, en los que se fomenten situaciones y contextos propios del fútbol, para producir un estímulo adecuado de cara al correcto desarrollo de las exigencias de fuerza que se manifestarán en competición. REFERENCIAS: Appleby, B. B., Cormack, S. J., & Newton, R. U. (2020). Unilateral and Bilateral Lower-Body Resistance Training Does not Transfer Equally to Sprint and Change of Direction Performance. The Journal of Strength & Conditioning Research, 34(1), 54-64. Bangsbo, J., Mohr, M., & Krustrup, P. (2006). 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(2005), durante un partido de 90 minutos, un futbolista profesional suele recorrer alrededor de 10-12km de forma intermitente, realizando entre 1000 y 1400 acciones de corta duración, generalmente inferiores a los 5 segundos y rara vez por encima de los 10 (Vigne et al., 2010). Un número importante de estos cambios de actividad se debe a variaciones en la dirección de los desplazamientos (Chaouachi et al., 2012). Únicamente el 1.2-2.4% de la distancia es recorrida con el balón, lo que equivale aproximadamente a 200 metros, siendo los extremos aquellos que suelen reportar valores más elevados en este apartado (Di Salvo et al., 2007). En este mismo estudio se ilustró que en torno al 70% de la distancia es recorrida por debajo de los 11km/h y que se acumulan 200-500 metros por encima de los 23km/h. De éstos, el 93% de los desplazamientos son inferiores a los 20 metros (Vigne et al., 2010). Pese a resultar escasa en comparación con el montante de baja y media intensidad, esta distancia suele estar relacionada con los momentos más determinantes de los partidos (acciones de gol, ocasiones manifiestas, jugadas cerca del área, etc.), y por ello requiere una atención especial. Siguiendo a Krustrup et al. (2005), en el fútbol femenino encontramos valores similares de distancia recorrida (9.7-11.3 km). De ellos, 0.7-1.7 km se completan a alta intensidad (>18 km/h) y 50-280 metros a una velocidad superior a los 25km/h (Datson et al. 2014). En la tabla que se presenta a continuación pueden observarse algunos de los valores promedio registrados en diferentes estudios y para distintas métricas de las anteriormente comentadas. El tipo de partido, el sistema escogido por los entrenadores o el modelo de juego de los equipos son factores que pueden determinar en parte los valores expresados durante los encuentros. La naturaleza intermitente de este deporte permite la convivencia de momentos muy poco exigentes con otros especialmente demandantes durante un mismo partido de fútbol. Este análisis se realiza a través de una metodología denominada “rolling average periods”, mediante la cual se fraccionan los partidos de fútbol en intervalos cortos de tiempo (de 1 a 10 minutos, generalmente). Su estudio nos ha permitido conocer que, durante el minuto más exigente de los encuentros, se pueden llegar a recorrer más de 200 metros, de los cuales más de 47 pueden ser a alta intensidad, más de 14 a sprint e incorporar más de 7 aceleraciones y deceleraciones explosivas (Martín-García et al., 2018). Existen diferencias en la distancia recorrida a diferentes intensidades en función de la posición. Así, los mediocentros son los jugadores que mayor distancia suelen acumular. No obstante, los laterales, extremos y delanteros son aquellos con mayor distancia a alta intensidad y sprint (Mohr et al., 2003). También encontramos variaciones en función del nivel de rendimiento, tanto en hombres como en mujeres. De esta forma, los jugadores internacionales recorren un 28% más metros en carrera a alta intensidad y un 58% más a sprint (+24% en el fútbol femenino) que jugadores profesionales no internacionales (Datson et al. 2014; Mohr et al., 2003). Por otro lado, el consumo máximo de oxígeno (VO2máx) en jugadores de campo varía entre 50 y 75 ml/kg/min (Stølen et al., 2005). En mujeres, los valores promedio de VO2máx se encuentran entre 49.4 y 57.6 ml/kg/min (Datson et al. 2014). Pese a que el metabolismo aeróbico predomina durante la práctica del fútbol, las acciones más determinantes, como ya se ha explicado anteriormente, dependen del metabolismo anaeróbico (sprints, saltos, duelos individuales, etc.). Tras conocer el perfil de actividad en el fútbol de élite y las demandas físicas derivadas, analizaremos algunos factores e indicadores de rendimiento en fútbol. Para ello, en mi opinión, una de las estrategias más interesantes es estudiar aquellas acciones que rodean a la consecución del gol, fin último en este deporte. Bajo este prisma, Faude et al. (2012) demostraron que el 83% de los goles venían precedidos de una acción explosiva. En concreto, en este estudio realizado en la Bundesliga alemana, se encontró que la acción más frecuente antes de anotar gol era el sprint en línea recta sin balón (45%), seguido por los saltos (16%), las rotaciones y los cambios de dirección (6% cada una de ellas). Además, en este mismo artículo, se esgrimía que las acciones más repetidas por los asistentes eran los sprints en línea recta (en este caso en posesión de balón), seguidas por rotaciones, saltos y cambios de dirección. A su vez, existen estudios que demuestran la inexistencia de relación significativa entre los valores de distancia total recorrida y el éxito deportivo (Gomez-Piqueras et al., 2019). De hecho, una de las características de rendimiento en los equipos de la parte baja de la liga suele ser la elevada distancia total recorrida sin posesión (Yang et al., 2018). En este mismo estudio, la distancia total a sprint sí se relacionó positivamente con el rendimiento en competición y, aunque sin alcanzar valores estadísticamente significativos, se observó la misma tendencia en la distancia recorrida a alta intensidad. Este tipo de trabajos, publicados durante los últimos años, han contribuido a reducir la importancia otorgada al hecho de tener grandes valores de potencia aeróbica (VO2máx), al mismo tiempo que la ha ido ganando la habilidad para repetir sprints (RSA), la potencia anaeróbica (velocidad en sprint 5-30 metros), la fuerza de salto o la capacidad de aceleración, deceleración y cambio de dirección. Un claro ejemplo de este creciente interés por el estudio de sub-capacidades estrechamente relacionadas con la fuerza lo podemos encontrar en la publicación de Comfort et al. (2014) en la que se demuestra la relación entre los valores de fuerza extensora de miembros inferiores (1RM en sentadilla) y los resultados en test de velocidad (5 y 20 metros) y salto (SJ y CMJ). A continuación, se pueden observar los valores promedio en diferentes test físicos a partir de los estudios realizados por Haugen y colaboradores en futbolistas noruegos, que representan una valiosa información descriptiva sobre algunos de los parámetros hasta ahora comentados tanto en hombres (H) como en mujeres (M) y en diferentes niveles de rendimiento. Evidentemente, cualquier profesional del entrenamiento en fútbol debe ser consciente de que las capacidades físicas son sólo uno de los factores importantes dentro del rendimiento, pero su naturaleza compleja y multifactorial impide analizar de forma reduccionista la realidad de este deporte. De hecho, es igualmente necesario destacar, como indicadores técnico-tácticos de rendimiento, el porcentaje de la posesión que se desarrolla en campo rival, el número de pases realizados hacia el último tercio de campo (zona de finalización) o la proporción de duelos y situaciones de 1 para 1 ganadas (Yang et al., 2018).
En resumen, además de las habilidades técnicas y tácticas requeridas, podemos destacar como principales determinantes físicos del rendimiento en fútbol la fuerza, la velocidad, la agilidad y la capacidad para repetir acciones de alta intensidad (Turner & Stewart, 2014). Éstos, derivados de la evidencia científica actual, deben guiar nuestras propuestas metodológicas de entrenamiento para la correcta preparación de los y las futbolistas. En próximas entradas desarrollaremos algunos de dichos métodos. REFERENCIAS: Chaouachi, A., Manzi, V., Chaalali, A., Wong, D. P., Chamari, K., & Castagna, C. (2012). Determinants analysis of change-of-direction ability in elite soccer players. The Journal of Strength & Conditioning Research, 26(10), 2667-2676. Comfort, P., Stewart, A., Bloom, L., & Clarkson, B. (2014). Relationships between strength, sprint, and jump performance in well-trained youth soccer players. The Journal of Strength & Conditioning Research, 28(1), 173-177. Datson, N., Hulton, A., Andersson, H., Lewis, T., Weston, M., Drust, B., & Gregson, W. (2014). Applied physiology of female soccer: an update. Sports Medicine, 44(9), 1225-1240. Di Salvo, V., Baron, R., Tschan, H., Montero, F. C., Bachl, N., & Pigozzi, F. (2007). Performance characteristics according to playing position in elite soccer. International Journal of Sports Medicine, 28(03), 222-227. Di Salvo, V., Baron, R., González-Haro, C., Gormasz, C., Pigozzi, F., & Bachl, N. (2010). Sprinting analysis of elite soccer players during European Champions League and UEFA Cup matches. Journal of Sports Sciences, 28(14), 1489-1494. Faude, O., Koch, T., & Meyer, T. (2012). Straight sprinting is the most frequent action in goal situations in professional football. Journal of Sports Sciences, 30(7), 625-631. Gomez-Piqueras, P., Gonzalez-Villora, S., Castellano, J., & Teoldo, I. (2019). Relation between the physical demands and success in professional soccer players. Journal of Human Sport & Exercise. Haugen, T. A., Tønnessen, E., & Seiler, S. (2012). Speed and countermovement-jump characteristics of elite female soccer players, 1995–2010. International Journal of Sports Physiology and Performance, 7(4), 340-349. Haugen, T. A., Tønnessen, E., & Seiler, S. (2013). Anaerobic performance testing of professional soccer players 1995–2010. International Journal of Sports Physiology and Performance, 8(2), 148-156. Haugen, T. A., Tønnessen, E., Hem, E., Leirstein, S., & Seiler, S. (2014). VO2max characteristics of elite female soccer players, 1989–2007. International journal of sports physiology and performance, 9(3), 515-521. Haugen, T., & Seiler, S. (2015). Physical and physiological testing of soccer players: why, what and how should we measure? SportScience, 19, 10-27. Krustrup, P., Mohr, M., Ellingsgaard, H. E. L. G. A., & Bangsbo, J. (2005). Physical demands during an elite female soccer game: importance of training status. Medicine & Science in Sports & Exercise, 37(7), 1242-1248. Martín-García, A., Casamichana, D., Díaz, A. G., Cos, F., & Gabbett, T. J. (2018). Positional differences in the most demanding passages of play in football competition. Journal of Sports Science & Medicine, 17(4), 563. Mohr, M., Krustrup, P., & Bangsbo, J. (2003). Match performance of high-standard soccer players with special reference to development of fatigue. Journal of Sports Sciences, 21(7), 519-528. Stølen, T., Chamari, K., Castagna, C., & Wisløff, U. (2005). Physiology of soccer. An Update. Sports Medicine, 35(6), 501-536. Tønnessen, E., Hem, E., Leirstein, S., Haugen, T., & Seiler, S. (2013). Maximal aerobic power characteristics of male professional soccer players, 1989–2012. International Journal of Sports Physiology and Performance, 8(3), 323-329. Turner, A. N., & Stewart, P. F. (2014). Strength and conditioning for soccer players. Strength & Conditioning Journal, 36(4), 1-13. Vigne, G., Gaudino, C., Rogowski, I., Alloatti, G., & Hautier, C. (2010). Activity profile in elite Italian soccer team. International Journal of Sports Medicine, 31(05), 304-310. Yang, G., Leicht, A. S., Lago, C., & Gómez, M. Á. (2018). Key team physical and technical performance indicators indicative of team quality in the soccer Chinese super league. Research in Sports Medicine, 26(2), 158-167. |
Autor: Alex Romero
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